Llegado el día, llena de nervios, erguí la espalda, levanté mi semblante y luego de meses de práctica pude aprobar el primero de dos exámenes... ¡Lo había logrado! Entre miles, pude quedar ahora entre cientos.
El segundo examen fue más exigente. No requería tantos tecnicismos pero sí evaluarían mi manera de desenvolverme o de improvisación... ¡Y aprobé de nuevo! Un 9 arrasador me hizo llorar de emoción prácticamente todo el día. ¡Había entrado al ISER! Increíble.
Sin embargo, había algo que opacaba tanta felicidad. Estaba presente en forma de una presión en el pecho y se entremezclaba con las lágrimas de emoción. Y reconocía esa emoción. Era tristeza.
Tristeza de que ya no podría compartirte mis logros como antes.
Era como un acto reflejo, pero lo tenía que parar al instante con la vista nublada por el llanto apenas caía. Agarraba el celular con tu nombre en mi mente atinando a que seas el primero en enterarte... Como siempre.
Pero no. Porque ya no había un "como siempre".
Y así, saqué la conclusión de que por más alto que sea el logro que alcance, ninguno lo siento completo si no puedo compartirlo con vos.
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