miércoles, 2 de noviembre de 2022

La gota que derramó el vaso - parte II

     Hace un par de meses —re poquito, considerando que vengo haciendo teniendo terapia hace años— cambié de psicóloga. Hago terapia desde 2017 y más o menos en junio de este año dije basta. Había llegado a un tope y seguía en el mismo lugar desde hacía mucho, no avanzaba y me cansé. Necesitaba seguir adelante... Y así fue como encontré a Micaela.

    Hasta ahora venía todo OK. Es decir, yo había empezado esta nueva terapia aclarando que hay cosas de mi pasado que no puedo superar y que era por eso específicamente que quería empezar de nuevo... Pero con Mica siempre terminé hablando de mi presente. Era lo que me nacía. No hablaba de mi adolescencia, de la relación con mis padres ni de mi ex, y aunque ella mencionó que podríamos hablar del tema cuando yo esté preparada, la sesión siempre terminaba centrándose en sentimientos que me atravesaban desde el momento presente. Nunca recordando el pasado.

    Hoy, miércoles, teníamos pactada la sesión a las 21 hs. Pero ayer, más allá de que venía sensible por otras cosas, hice algo muy irresponsable afectivamente, y masoquista de mi parte.

    Esa fucking voz en mi cabeza: "Lo extrañás. Dale, fijate su perfil. Fijate cómo anda, si está bien."

    Obvio. En general las personas siempre "están bien" en las redes sociales. Y obvio, él parecía estarlo, y encima estaba igual de atractivo que siempre. Ya empecé a suspirar pensando en que sí, en efecto seguía extrañándolo.

    Pero el diablo de mi hombro izquierdo ganó a tal punto que terminé en el perfil de su novia. ¿Con qué necesidad? ¡¿Con cuál?!

    La voz en mi cabeza, cual Satanás extasiado de que Eva haya comido el fruto del mal, empezó otra vez:

"Mirá lo hermosa que es en comparación a vos."

"Obvio. ¿Cómo no iba a irse con ella, con todas las virtudes que tiene?"

"Menos mal que no se quedó con vos. No sólo NO tenés sus virtudes físicas sino que ENCIMA sos una ignorante en comparación a ella."

    Me enojé conmigo misma. "Soy una pelotuda" empecé a decirme, llorando.
    Lo más inmediatamente posible, no sabía si serviría para más adelante, pero bloqueé su perfil, el de ambos, y cerré la pestaña de la PC. Pero ya era tarde. Las lágrimas calientes caían por ambas mejillas en chorros gigantes. Sentía cómo toda la piel de mi cara se hinchaba por el llanto, y se me nubló toda la vista... Pero ya no era por las lágrimas nada más.

    "Mica —le escribí por mail—. Sé que tenemos sesión mañana y prometo que jamás me pasó tener que pedir esto, pero necesito que hablemos cuanto antes. Estoy por colapsar."

    La estupidez de mi acto hizo que otra vez de mi cuerpo se apoderaran unas de las sensaciones más horrorosas que puede tener una persona. Las lágrimas sólo son el incipiente comienzo, pero después vienen los temblores en ambas manos, incontrolables, y un dolor tan punzante en el pecho que te hace sentir que vas a tener un infarto, un dolor acompañado de la sensación de que te están aplastando el tórax hasta dejarte sin aire. El cuello se me había cerrado. Me estaba ahogando. Dejé de ver todo. Todo se tornó negro y sólo escuchaba mis gritos.

    El ataque de pánico duró lo que duraron los intentos de Mica por comunicarse conmigo, más o menos. Fueron unos minutos que para mí fueron una eternidad, y mis compañeras de departamento me ayudaron, conmigo teniendo la sensación de que estaba poseída, tirada en el piso, sin poder controlarme, desbordada.

    Lo que vino después fue encontrar un montón de llamadas perdidas de mi psicóloga. Agotamiento mental y físico. A mi compañero de trabajo bancándome a la distancia diciéndome que por favor descanse e intente dormir. Mojar toda la almohada con lágrimas cuando finalmente pude hablar unos minutos con mi terapeuta.

    "Estoy agotada, Mica" —le expliqué, ya más tranquila pero sin poder dejar de llorar. Pero no me refería al agotamiento físico que seguía teniendo. 

    A lo que refería es que estoy agotada de tener que pasar por todo esto. De que no deje de afectarme. De no poder tener una vida normal más allá del estrés del trabajo y el estudio; de creer que lo estoy superando hasta que el deseo de morirme arrasa con todo mi ser otra vez. Una y otra vez.

    Después de la charla y la siesta, decidí tomar fuerzas. Delineé mis ojos hinchados, y aunque mis compañeros notaron que algo me pasaba, pude ir a clase y distenderme un poco.

    En poco más de una hora, voy a tener una nueva sesión con Micaela. No, no estoy preparada para lo que se viene, pero ya no puedo patearla más. Tendré que tomar fuerzas. Porque esta no va a ser una sesión fácil.

La gota que derramó el vaso - parte I

    Recuerdo lo fácil que se me hacía escribir. Era uno de mis hobbies preferidos junto con tocar el piano y leer. Leer un montón.

    Ahora... ¡Qué difícil se hace volver a conectar mis manos con mi cabeza para volver a teclear! Apenas sí tengo tiempo para leer por ocio en las noches antes de dormir (si es que no me vence el cansancio en el intento)… ¿El piano?... Tristemente viene siendo historia hace años.

    Sin embargo, casi todos los días pienso en este blog. Pienso en las ganas de volcar los sentimientos que tuve, que estoy teniendo y las cosas que me sucedieron durante el día. Y no solamente por mero gusto al arte, eh —sí, por suerte el amor por escribir no se fue— sino también porque soy consciente de que escribir es una forma de canalizar sentimientos, dejarlos ser, y muchas veces, hasta de dejarlos ir si veo que me hacen mal. 

    Entonces siempre terminaba los días acostada, deseando haber escrito todas esas palabras desordenadas pero nítidas en mi cabeza. Me quedaba con todo eso dentro. No escribía.

    Lo que sí reconocí después, es que este último tiempo, todos los baches que tuve entre cada post fueron porque justamente quise evitar todos estos sentimientos feos. Escribir sobre algo implica recordar... Yo yo quería evitar recordar a toda costa. Quería evitar volver a vivenciar.

    Y eso tuvo una consecuencia gravísima.