Recuerdo lo fácil que se me hacía escribir. Era uno de mis hobbies preferidos junto con tocar el piano y leer. Leer un montón.
Ahora... ¡Qué difícil se hace volver a conectar mis manos con mi cabeza para volver a teclear! Apenas sí tengo tiempo para leer por ocio en las noches antes de dormir (si es que no me vence el cansancio en el intento)… ¿El piano?... Tristemente viene siendo historia hace años.
Sin embargo, casi todos los días pienso en este blog. Pienso en las ganas de volcar los sentimientos que tuve, que estoy teniendo y las cosas que me sucedieron durante el día. Y no solamente por mero gusto al arte, eh —sí, por suerte el amor por escribir no se fue— sino también porque soy consciente de que escribir es una forma de canalizar sentimientos, dejarlos ser, y muchas veces, hasta de dejarlos ir si veo que me hacen mal.
Entonces siempre terminaba los días acostada, deseando haber escrito todas esas palabras desordenadas pero nítidas en mi cabeza. Me quedaba con todo eso dentro. No escribía.
Lo que sí reconocí después, es que este último tiempo, todos los baches que tuve entre cada post fueron porque justamente quise evitar todos estos sentimientos feos. Escribir sobre algo implica recordar... Yo yo quería evitar recordar a toda costa. Quería evitar volver a vivenciar.
Y eso tuvo una consecuencia gravísima.
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