lunes, 28 de enero de 2013

"Al día siguiente, le dije que quería el divorcio. Ella preguntó por qué.

-Porque te amo. Amo a nuestro hijo, y todo lo que he hecho es culparlos a ustedes dos por haber abandonado mi sueño de ser ingeniero. Si hubiésemos esperado, las cosas habrían sido diferentes, pero tú solo pensaste en tus planes; olvidaste incluirme en ellos.

Athena no reaccionó, como si se lo esperase, o como si, inconscientemente, estuviese provocando esa actitud.
Me levanté y le di un largo y último beso. Me hospedé en un hotel barato y me quedé esperando todas las noches a que ella me llamase para pedirme que volviera, recomenzar una nueva vida; incluso estaba dispuesto a seguir con la misma vida si era necesario, ya que el hecho de apartarme de ellos me había hecho darme cuenta de que no había nadie ni nada más importante en el mundo que mi mujer y mi hijo.
Una semana después, finalmente recibí su llamada. Pero todo lo que me dijo fue que ya había recogido sus cosas y que no pensaba volver.
Después de nuestra separación y del inmenso sufrimiento que la siguió, me pregunté si realmente no había sido una decisión equivocada, inconsciente, propia de personas que han leído muchas historias de amor en la adolescencia, y que querían repetir a toda costa el mito de Romeo y Julieta. Cuando el dolor se calmó -y sólo hay un remedio para eso, el paso del tiempo-, entendí que la vida me había permitido conocer a la única mujer que sería capaz de amar en toda mi vida. Cada segundo a su lado había valido la pena; a pesar de todo lo que había sucedido, volvería a repetir cada paso que había dado.

Una vez, en una de las ocasiones que la vi al ir a buscar a mi hijo para pasar el fin de semana conmigo, decidí tocar el tema: le pregunté por qué se había mostrado tan tranquila cuando supo que yo quería separarme.

-Porque he aprendido a sufrir en silencio toda mi vida -respondió.

Entonces me abrazó y lloró todas las lágrimas que le gustaría haber derramado aquel día."

Es un fragmento de "La Bruja de Portobello", de Paulo Coelho. Por alguna razón -una razón muy evidente, diría yo- cada uno de estos renglones me hizo temblar de emoción.

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