Así me pasa algunas veces. Contadas veces. Y cuando me doy cuenta, sigo con lo que estaba haciendo, pensando en que soy yo... Otra vez con mis giladas.
El pasado fin de semana largo me volvió a pasar.
Simple y llanamente, la imprudencia de un conductor hizo que me chocara con su auto. Me levantó y caí muy fuerte, dándome la cabeza contra el cordón de la calle.
No llegué a desmayarme y tuve la lucidez suficiente para sentir todo lo que implica que un auto acelerado te lleve puesta. Lo que más recuerdo es haber caído en la cuenta de todo lo que estaba dentro de mi cráneo, que se movía en un vaivén gelatinoso y con un dolor que no recuerdo haber sentido antes.
Pero estaba en shock. Cerré los ojos porque me di cuenta de que no podía ver la luz del día, me dolía; porque no podía conectar mis pensamientos con mi lengua para emitir respuesta a los que me preguntaban si estaba bien. Pero sobre todo porque es verdad: durante unos segundos, sin quererlo, pensé en todos los que amo y que alguna vez amé... Especialmente en el último.
Entre la mezcla del dolor físico y el shock, pude pensar algo así como: "Te siento fuerte. Ojalá pudieras llegar a sentirme igual, porque quiero que sepas que te quiero y que nunca lo voy a dejar de hacer."
Al segundo siguiente pude abrir los ojos, vi la luz blanca del día, los sonidos volvieron a mis oídos. Les pude contestar a quienes me hablaban.
Después me vino a buscar la ambulancia. Y mientras estaba acostada en la camilla de la guardia con el cuello ortopédico, y todo el cuerpo lastimado y golpeado, pensaba llorando en que el porrazo me había desacomodado las ideas y que tenía que dejar de pensar en cosas tan trilladas.
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