Me estoy sintiendo más sensible que de costumbre, creo que estoy por enfermarme.
Anoche volví a notarlo frío y sin ganas de hablar. Traté de ser cálida a pesar de lo poco que pude decirle, y muerta por seguir hablándole me despedí, y decidí por tratar de dormir.
Ya a la madrugada, sin embargo, por más que moría de sueño, no pude volver a dormirme. Mi almohada se humedeció un poco. Sin que me dé cuenta, sin querer, otro par de lágrimas se me escapó de los ojos por culpa de mis pensamientos.
Creo que es como algo rutinario. Es como que necesito de Él para recuperar algo de fuerzas y de sonrisas... y un momento después, cuando vuelvo a estar sola, después de ese ataque de felicidad en donde nada malo existe y donde estoy segura de que puedo contra todo; cuando Él ya no está y cuando creo que a pesar de eso ya estoy mejor; cuando creo que ya puedo seguir, paulatinamente voy sintiéndome con menos ganas, más triste. Al pasar el tiempo no vuelvo a encontrar su fuerza y me debilito.
Dos veces soñé con Él después de aquél llanto. En un sueño me abrazaba sonriendo con esperanzas (ese tipo de esperanzas que nos haría felices a ambos), y en el otro me decía que me amaba.
Y yo todos los días tengo ganas de decirle eso, de preguntarle cómo se siente y de verlo, de contarle lo que sueño, de mostrarle en lo que me convertí y de contarle lo que fue mi día. Todos los días. Pero no lo hago... no por orgullosa, mucho menos por desinterés, sino porque tengo miedo, no sólo de molestarlo, sino de que sus contestaciones frías me hagan sentir peor, como anoche... como un montón de veces.
Y sé, reconozco y acepto que su frialdad forma parte de su personalidad a veces. Estoy segura de que así y todo lo amo y de que lo adoro con todo mi corazón, y sé que Él también a mí, por más que hace tanto que no me lo dice... Pero es horrible pensar en que, a pesar de que en cierta forma soy correspondida, no puedo demostrárselo como quiero.
Donde sea que estés, sea lo que sea que estés pensando: Te amo, sos el amor de mi vida. Nada, eso.
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