sábado, 18 de abril de 2009

Broche de cierre.

Esta semana, sincera y definitivamente, fue una porquéría.
Peleas, desilusiones, desencuentros, malos sueños... es más de lo que mis sinsibles mente y corazón pueden soportar.
Y sí, era obvio que hoy, último día de la semana, tenía que pasarme algo. Lo presentía desde que me desperté.

Hoy era uno de los tantos Sábados en los que me tocaba ir a Congreso con mi mamá y sus dos amigas. Tenía clase de piano y a pesar de que viajar es un bodrio, quería ir.
Empecemos por el principio, ya ni ganas tenía de despertarme a las 6 de la mañana para llegar a Congreso para las NUEVE; aparte con la lluvia ya me la veía venir: Mochila mojada, el barro llegándome hasta las rodillas (vivo en calle de tierra) el pelo como Mufasa (Si alguna vez vieron El Rey León, seguro me entienden) y los mocos chorreando.

Cuando me subí al colectivo el asiento más "sano" que quedaba libre estaba al lado de una ventana irremediablemente semiabierta. Sí, además de tener el barro en ese entonces hasta los tobillos, me mojé la parte de arriba del pantalón, dándome la peor sensación de frío a las siete de la mañana. Estaba de MUY mal humor.
Y sí, evidentemente el mal humor me tenía que jugar en contra: El profesor me llamó a mí para pasar al teclado (Sí, Liza, ¿Sos boluda? era obvio que tenía que llamarte a vos, ibas a tener un mal día) y como era de esperar, mi mal humor sumado a los nervios acumulados acalambraron mis dedos y no podía dominar dos acordes de mierda. Era fácil, pero a Liza no le tenía que salir, estaba escrito; mi mañana en la escuela de música no fue nada agradable, mi experiencia en el teclado me dejó tan frustrada que en el momento del recreo discutí con mi vieja, y me quemé la boca con un té hirviendo, lo que entorpeció mi habilidad para usar mi lengua al momento de estar en la clase de canto.

Sin embargo, eso no fue lo peor. No.
Eran las dos de la tarde. Estábamos llegando a Constitución y como siempre, la gente avanzaba como un alud incontrolable para poder agarrar un asiento (Entre que el piso estaba mojado, un viejo me chocó e hizo que me resvalara, mojando todavía más el pantalón que recién en ese entonces estaba empezando a secarse). Pero había un problema (¡Taráá! ¡Infaltable la púa!), un accidente en Banfield hizo que el servicio se atrasara, ¡Bravo!
Millares de gente esperando una señal de normalidad en los trenes, y millares de gente corriendo, empujando y peleando al escuchar "Su atención por favor, servicio adicional en el andén 3".
Mi vieja y sus amigas corriendo, "Está bien, yo también voy a correr". Mi mamá al lado cagándome a pedos con que corriera adelante de ella. Le hice caso.
Corría con todos los demás, parecíamos una jauría de locos, y cuando miro hacia atrás para señalarle a mis acompañantes para entrar, no había nadie.
¿Eh? ¿Pero qué hago yo ahora? ¿Adónde va? ¿Adónde bajamos si no voy hasta Adrogué? (Ahí me tenía que bajar, pero como era un servicio adicional -rápido- sólo iba hasta cierto lugar) ¿DÓNDE SE FUERON TODOS?

Caminé, volviendo donde habíamos estado. No había nadie. Estaba perdida.
Quise llamar a una de las amigas de mi mamá para ubicarlas (Mi vieja no tiene celular) pero me dí cuenta de que no tenía crédito hacía dos semanas.
El tren se fue, yo me quedé en Constitución, buscandolas inútilmente.
No podía llamar a nadie, y en mi bolsillo sólo tenía cincuenta centavos (el poco ahorro que tenía lo gasté en al seña de una campera que ni siquiera voy a tener) ¿Y qué pasó? En los locutorios el llamado mínimo a celulares salía $1. Sí, soy la chica con más suerte en el mundo.

Volví de afuera, recorrí 21454 locutorios al pedo, y todos los teléfonos públicos que encontré (2) no funcionaban.
Me sentía demasiado impotente, enojada, nerviosa, miedosa, con bronca. Volví a la estación con 25454767 personas a mi alrededor... y me puse a llorar.
Tenía mi celular inservible en mi mano, por si acaso. Y yo llorando apoyada en una reja de Constitución. Sola.

Después de media hora un tren que iba hacia Adrogué llegó y otra vez el alud. Entré en uno de los vagones y suena mi celular, el teléfono era el de una de las amigas de mi mamá, y era ella, mi vieja.

- ¡¿Liza?, ¡Dónde estás?!
- Estoy en Contitución, el tren está por salir recién ahora.
- ¡¿En Constitución?! ¡Pelotuda, nosotras llegamos hace quince minutos a Adrogué, te estamos buscando como unas locas!

Bueno, se imaginarán cómo terminó la cosa. Pasé vergüenza, fácil, delante de cien personas. Estaba llorando con alguien gritándome en el teléfono, fue lo mejor que me pudo haber pasado.
Mi vieja me esperó por 45 minutos en la parada mientras yo viajaba violada por 80 negros (¿Ven? les dije que viajar es un bodrio) en el tren (De verdad, me pellizcaron el culo) y mi espalda quedó hecha mierda por la mochila pesada que encima llevaba delante de mis hombros (Sí, más presión).

Cuando llegué a casa recibí EL cago a pedos. Creo que nunca recibí tantas puteadas en un solo día. Fue una bendición que no me pegaran, bueh, pero igual debo reconocer que fui pelotuda.

Y sí, espero que acá haya terminado mi semana de mierda. Voy a considerar esta anécta como un broche de oro al cierre de una de las semanas más horribles que tuve en mi vida.


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