El 11 de octubre del año pasado, 2022, mi tío falleció. El que me vio nacer, crecer junto a mis primas, al que recibía cada vez que él llegaba de trabajar mientras yo jugaba con mis primas. El que quiso cuidarme en mi adolescencia cuando me puse de novia. El que se emocionó cuando me abrazó en mi fiesta de 15 años.
No lo volvería a ver nunca más.
El día de su velatorio, quise escribirle unas palabras, pero no podía. Las horas pasaban y la ansiedad iba llegando: "Debés hacerlo. Ahora." Así que agarré mi celu y empecé a tipear.
Pero los malditos síntomas empezaron a aparecer. Eso era a lo que temía. Los reconocía. Primero, el temblor de mis dedos no me dejaba escribir; después, empecé a quedarme sin aire, sentía que los pulmones dejaban de funcionarme. Un dolor inexplicable punzó hondo en mi pecho y las lágrimas enceguecieron mis ojos.
Traté de ir lo más silenciosamente hasta mi hermana menor. "Por favor, ayudame" recuerdo que le dije con un hilo de voz entrecortada... Pero para entonces ya era tarde. No me acuerdo qué pasó en el mientras tanto ni poco después.
Esa fue la primera vez que me dio un ataque de pánico en público. Y ahora, escribiendo estas líneas, me doy cuenta de la frialdad con que fue visto el tema en ese momento... Y no paro de pensar: "¿Habrán creído que actué?". Sí. Y lo pienso con vergüenza, de verdad lo pienso, porque me doy cuenta de que hay tanta ignorancia referida sobre la salud mental, que si te pasa algo así... Una de dos: o no te creen, y si te creen, en general piensan que estás loco.
El 18 de diciembre de ese mismo año intenté suicidarme por segunda vez. Me internaron en una clínica psiquiátrica y cuando salí de alta, me enteré de que cuando había entrado a la clínica una tía muy cercana jugó al 22 en la lotería.
Desde entonces me di cuenta de que no importa cuánto pueda explicar sobre lo que me pasa, sólo entenderán los que quieran entender. Y no importa cuánta sea la compañía que necesite, la mayor y mejor compañía que tenga debo ser yo misma.
Y lo digo con un nudo en la garganta, porque aún hay días donde pensamientos negativos todavía invaden mi mente junto a sentimientos tan desagradables que siento que se me vacía el pecho. Que se me me vacían las baterías... las ganas. Hasta empecé a fumar.
Pero hay otros días.
Cuando salí del alta de la clínica psiquiátrica (donde vi las cosas más horrorosas de mi vida), fue la primera vez que pude disfrutar sinceramente de un atardecer. Por primera vez saboreé con ganas un café con leche. Me puse contenta de poder comer un chocolate.
Y a pesar de que sigo yendo a la psiquiatra, de que todos los días me cuesta muchísimo levantarme como nunca antes, jamás tuve tan presente la palabra LUCHA como en estos momentos.
Mi sobrinita es la razón de mi existir. Mis hermanas, mis viejos... Mis viejitos, cuya compañía es una bendición en estos días; mis amigos; mis ambiciones, mi carrera (esto último va lentísimo, pero va...). Todo esto son puntapiés para estar mejor.
Hace una semana empecé con una psicóloga nueva. Hoy fue la segunda sesión y me pidió por favor que me tuviera paciencia. Que sea tolerante conmigo misma. Que estoy haciendo un montón considerando que todo fue tan reciente. Por primera vez me sentí comprendida y salí tan conmovida que es la primera vez que lloro mientras escribo estas líneas recordándolo. Ni la medicación psiquiátrica sirve para contener el llanto en momentos de tanta conmoción.
Ahora, al llegar, encontré la casa sola.
Me serví un vaso con coca y fui al balcón. Ya hacía frío así que me abrigué, prendí un cigarrillo... Pensé en mi tío otra vez. Y pensaba.
"Esta mierda se llevó a mi tío." Pensé mirando al pucho. Y también recordé a María, mi psicóloga: "Tenete paciencia"...
Exhalé humo y dije en voz alta: "Ayudame, tío". Miré hacia arriba como allí estuviera la respuesta a todo.
Después de eso, volví a entrar todo, puse la coca al lado de la PC, y me puse a escribir este post.