El momento de despedirse había llegado demasiado rápido. Estaba segura que apenas dos horas de poquitos abrazos jamás serían suficientes para descargar todo el cariño que acumulé durante las más de dos semanas que no pude estar con Él.
Los colectivos venían uno detrás del otro, pero nunca el que tenía que tomarme. Era como si al principio algún ente externo supiese mi deseo de no irme nunca... pero no había diferencias, de todas formas los minutos estaban pasando como segundos.
Por primera vez en toda la noche, tomé su mano con vergüenza e inseguridad, lo abrazaba cuanto podía y besaba su cara sabiendo que no me animaría a llegar a su boca. Al saber que de nuevo tendríamos que separarnos, sentía cómo la tristeza venía en forma de lágrimas queriendo salir de mis ojos... por eso a veces esquivaba los suyos, tenía miedo de desbordar cualquier signo de debilidad con su mirada. Tenía miedo de mirarlo y a veces hasta cerraba los ojos por miedo a terminar mirando sin querer sus labios mientras hablaba.
Me refugié en un abrazo, en un beso que nunca llegó a donde yo hubiera querido, y Él lo supo:
- Estás así porque no sabés cuándo nos vamos a volver a ver, ¿no?
Una sonrisa que no fue de felicidad precisamente, se curvó en mi cara cuando escuché eso, y asentí. No pude evitar mirarlo e inevitablemente empecé a verlo borroso.
- ¿De verdad? ¿Estabas pensando en eso? -volvió a preguntarme. Y no me acuerdo cómo se lo reafirmé. Sólo que me sentía muy acongojada como para poder decirlo en voz alta sin que se note lo que me pasaba.
- Te juro que lo sentí. -sonrió Él- ¿Cómo se llama eso...? Telepatía.
En parte volviste a sorprenderme, pero en otra gran parte, la verdad no. Siempre terminás enterándote hasta cuando estoy pensando en que muero por darte un beso.
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