Sin embargo, hay algo que las pastillas, ansiolíticas, antidepresivas, no han podido lograr todavía.
Todos los días lo extraño. A veces solo recordando lo mirando hacia la nada por unos momentos. A veces con dos o tres lágrimas que caen, gordas, por mis cachetes...
Hoy toca, como otras muchas veces, extrañarlo mojando la almohada, al punto del punzón en el pecho. Al punto de tener que abrazar otra almohada para paliar el doloroso vacío que sienten mis brazos al no poder abrazarlo. La dolorosa distancia. La dolorosa ausencia.
La dolorosa realidad de que sus brazos están llenos del cuerpo de otra persona, y de que jamás sabrá que sigo luchando contra esto día a día. Que tengo miedo de pasar por esto hasta que la tristeza finalmente me mate.