Volví de Capital en tren e increíblemente pude enganchar un asiento donde, casi sin darme cuenta, el sueño ganó a todos mis sentidos. Dormida en medio del apretujón incómodo del momento, inconscientemente reconocí que no había momento más oportuno para aprovechar para descansar; el tiempo es demasiado corto para todo lo bueno...
Tal era el cansancio que desperté casi con suerte en una estación donde, a pesar de que no estaba tan lejos de casa, nunca solía bajar. Bajé del tren algo perdida, soñolienta, y me subí al colectivo.
Minutos después recordé que ese mismo camino que estaba haciendo ahora con el chofer era el mismo que hacía todas las tardes al volver del colegio. Volví a vivir esa experiencia de ver a los chicos subir en las mismas paradas con sus mamás, de ver de nuevo los mismos locales, pasear por las mismas calles, disfrutar del sol a través de mi ventana... de un sol que ahora sí podía ver, que todavía existía en el cielo; ahora sólo suelo salir sólo cuando viajo, cuando todavía (o ya) es de noche y sentir el calor de esos rayos me hizo sentir algo nostálgica. En esos pocos segundos en los que recordé todas esas sensaciones mientras las volvía a vivir, me dí cuenta de que no podía terminar de disfrutarlo del todo como antes; no puedo hacerlo, sin querer ya pienso en tantas cosas que ni siquiera mi cabeza tiene tiempo de captar estas cosas por demasiado tiempo como para disfrutarlo...
¿Y yo me quejaba porque tenía que estudiar diez páginas? Dios... el tiempo es demasiado corto para todo lo bueno, en serio.