Desde que la vida me dotó de ¿¿curvas?? durante mi precoz pubertad, en la calle casi siempre fui víctima (?) de los piropos sensuales de los constructores, esos de los que pueden a cualquier mujer (?????????). Y no hablo sólo de constructores... viejos verdes y pendejos, choferes, bicicleteros, borrachos (y sobrios)... casi nadie escapa de la lista. Pregúntenle a cualquier hombre, hagan una encuesta y verán que al menos una vez en su vida silbaron a una mujer, mínimo.
Yo no me considero una sex symbol por eso. Al principio, por el contrario, siempre me incomodaba y quería desaparecer... después con el tiempo aprendí a hacer lo que todas: hacer oídos sordos y poner la mejor cara de poker que me salga. Total, nunca creí que los hombres piroperos esperaran otra reacción.
La cosa es que hoy, salí de portugués más temprano y pasé por los talleres de trenes para llegar a la estación. Los mecánicos ya casi no dicen nada porque por ahí pasan alumnos noche y día...
Caminaba por el andén y estaba por cruzarme a una chica -seguramente elogiada por algún macho sexy en algún momento de su vida-. Pantalones anchos, pelo corto. Nada raro... yo también uso pantalones anchos y tengo amigas de pelo muy cortito.
Después de unos segundos nuestros hombros parecieron chocarse a propósito. En un instante sentí una especie de ronquido en mi oído, como una voz extraña.
- Ay, mi amor.
OK. Eso sí que no me lo esperaba.